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CASA VERDE

El día a día de los indígenas Ese Ejja intoxicados por el veneno del mercurio

Rosa Juse, hace hervir el arroz a leña en el patio de tierra de su casa. Sus familiares están preocupados porque, aseguran, está afectada por el mercurio.

14 de marzo de 2024

Revista Nómadas llegó a la comunidad Eyiyoquibo, en el norte de La Paz (Bolivia), donde los indígenas Ese Ejja, sufren las consecuencias de la minería que contaminas sus ríos y los peces con los que se alimentan.

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Iván Paredes

Periodista

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Roberto Navia

Periodista

El agua de río que moja las playas de la comunidad Eyiyoquibo recorrió varios kilómetros y llegó a este rincón envenenada. El río es muy importante para esta facción del pueblo indígena Ese Ejja. Es medio de transporte, es fuente de alimento y a veces es un atractivo para los pocos turistas que llegan a esta zona. Pero, para la mayoría de Eyiyoquibo, el río es simplemente imprescindible. Esas aguas traen el principal elemento de vida para esta comunidad: el pescado, que lo venden y lo consumen y que provocó que cada comunario esté altamente contaminado con mercurio. Ese envenenamiento es producto de la actividad minera aguas arriba.

Para los indígenas amazónicos Ese Ejja, efectivamente el río lo es todo, y para los habitantes de Eyiyoquibo, la comunidad donde viven ubicado en el municipio de San Buenaventura, en el norte amazónico de La Paz (Bolivia), es la fuente de recursos para sostenerse. Además, es el proveedor principal de su ya escasa y poco variada alimentación. Ahí los niños no saben que su salud está deteriorada por lo que sucede kilómetros más allá. Ellos no saben que están intoxicados porque río arriba la ambición del hombre está contaminando las aguas buscando oro.

Luciano Monje Zapata reza todos los días para que los niveles de mercurio que tiene en su cuerpo no afecten su vida cotidiana, aunque sabe que es algo difícil. Él es el presidente del Consejo de Educación de la comunidad de Eyiyoquibo. Monje lamenta que, en cada uno de los comunarios, incluidos los niños, el veneno del mercurio circula por sus venas. No hay nada que hacer, dice, pero también lamenta porque los diferentes niveles del Estado se olvidaron de cada uno de los intoxicados.

“Toditos estamos afectados por el mercurio. El doctor nos dijo que todos estamos con mercurio, el cien por ciento. Y estamos así por consumir pescado. La pesca es nuestro medio de vida, acá todos somos pescadores. Vivimos de la pesca, ya que vendemos una parte de lo que pescamos y el saldo lo comemos. Si dejamos de pescar nos podemos morir de hambre, no tendremos dinero para nada”, relata Monje.

Revista Nómadas llegó hasta Eyiyoquibo. En la comunidad están cansados. Fueron a varios lugares para intentar ser atendidos. Nadie les ayudó. Así pasan sus días, así trabajan, así estudian. El mercurio está dentro de sus cuerpos y ellos lo saben. No pueden hacer nada. Viven sus días cargando ese veneno, pero también pasan sus jornadas aumentando los niveles de mercurio en sus organismos que cada vez se sienten más cansados.   

Lucio Game Moreno es el capitán grande de Eyiyoquibo. El líder indígena admite que consumen el pescado del río Beni sabiendo que está contaminado. “No hay otra cosa para comer”, dice. Game lamenta que ninguna autoridad se acercó a la comunidad indígena y pide que les den trabajo y áreas verdes donde puedan producir alimentos.

“La pesca es una de nuestras costumbres. Nosotros bajamos a pescar y traemos pescado para vender y comer. Todo esto (intoxicación) es por la minería, están lavando oro y contaminando el río. Acá no hay minería, en este lado no hay mimería, pero allá arriba están los mineros que utilizan mercurio y contaminan los ríos. En estas aguas botan sus desechos, botan aceite, botan el mercurio”, reclama Game.

El jefe indígena mira el horizonte y camina hacía las orillas del río Beni. Se pasa por un pequeño sendero y el imponente afluente muestra sus aguas todavía tranquilas a la comunidad Eyiyoquibo. No hay nadie pescando, porque los pescadores se fueron aguas más arriba a tratar de obtener diferentes especies, como sábalo, pacú, surubí o tachacá. Los indígenas dicen que cada vez es más difícil poder obtener pescados, y los que pescan están contaminados.

Luciano Monje muestra la magnitud del río Beni. Cuenta que, en esta parte cercana a Eyiyoquibo, no hay peces para pescar, por lo que los pescadores deciden trasladarse aguas arriba.

EL ESTUDIO QUE PREOCUPA

La Central de Pueblos Indígenas de La Paz (CPILAP) presentó, el año pasado, una investigación que empezó en 2022. Este estudio abarcó 36 comunidades pertenecientes a seis territorios indígenas en la cuenca del río Beni y sus afluentes: los ríos Tuichi, Quiquibey, Tequeje y Madre de Dios.

Ese trabajo mostró la realidad oculta que sufren los pueblos indígenas. El Laboratorio de Calidad Ambiental de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) de La Paz, mediante el análisis del cabello de 302 personas, descubrió datos alarmantes: El 75% de los evaluados presentan niveles de mercurio por encima de los límites permitidos, mientras que el resto permanece expuesto de manera continua a esta peligrosa contaminación.

El mercurio está dentro de sus cuerpos y ellos lo saben. Viven sus días cargando ese veneno, pero también pasan sus jornadas aumentando los niveles de mercurio en sus organismos que cada vez se sienten más cansados.

Esa es la cruda realidad que enfrenta Eyiyoquibo. De esas 302 personas evaluadas, en esta comunidad se detectaron varios casos alarmantes. Alberto Torres Guari es uno de ellos. Solo atina a reír cuando se le consulta sobre los niveles de mercurio. Él dice que se llevaron sus cabellos y que luego le comunicaron que estaba intoxicado con un alto nivel de mercurio. No se desanima. Más bien está preocupado por otras cosas. Una de ellas la falta de recursos para pagar los servicios básicos. Muestra su factura de agua y reniega por los 33 bolivianos que debe cancelar (unos 5 dólares americanos). El mercurio para él dejó de ser hace rato un caso preocupante.

“¿Qué le puedo decir? Solo nos dijeron que estamos con mercurio en el cuerpo. A un principio sufría vómitos y fiebre, eso les pasó a varias personas de Eyiyoquibo, pero lo dejamos pasar como si fuera una leve enfermedad. Dicen que es por el mercurio, pero ningún médico vino a confirmar”, lamenta Torres.

Y así es para casi todos en Eyiyoquibo. A quien se le consulta si tiene mercurio en el cuerpo, responde que sí, pero lo hace con una media sonrisa y luego cambia de tema. No hay pena, solo hay una especie de resignación en el pueblo, sienten que ya que no pueden hacer nada y cada vez que consumen pescado están conscientes que están subiendo sus niveles de intoxicación por el mercurio en sus cuerpos.

Un anciano pasa el tiempo mirando su comunidad. Él tiene problemas para caminar, pero eso no es un obstáculo para transportarse por Eyiyoquibo.

Los resultados del estudio del CPILAP son desoladores. Ese 75% de las personas evaluadas supera el límite permitido de 1,0 partes por millón (ppm) de mercurio en el cabello. La concentración media de mercurio en todas las personas evaluadas es de 3,93 ppm, un valor que sobrepasa ampliamente los límites establecidos. De las 36 comunidades analizadas, 18 tienen a todas sus personas por encima del límite permitido.

Los pueblos indígenas más afectados por esta elevada contaminación son los Ese Ejja y los Tsimane, cuyos niveles de mercurio en el cabello alcanzan una media de 6,9 y 6,8 ppm respectivamente. Estos pueblos dependen tradicionalmente de la pesca como fuente vital de proteínas en su dieta diaria, lo que agrava aún más su situación.

¿Qué le puedo decir? Solo nos dijeron que estamos con mercurio en el cuerpo. A un principio sufría vómitos y fiebre, eso les pasó a varias personas de Eyiyoquibo, pero lo dejamos pasar como si fuera una leve enfermedad, lamenta Alberto Torres.

Y ahí está Eyiyoquibo. En esta comunidad los días son normales. También muchos prefieren no hablar del mercurio, menos les interesa saber si están más contaminados. Los indígenas Ese Ejja tratan de hacer su vida normal. Tienen otras preocupaciones, como las inundaciones o la falta de campo para cultivar. Rosa Juse es una anciana y ella dice que no está contaminada, al menos quiere creer que no lo está. Agarra la leña y la coloca en un fogón rústico en el patio de tierra de su precaria vivienda. Prende fuego y de inmediato se pone a cocinar. Su nieto, Manuel, ayuda a su abuela, pero en tono bajo dice que ella también sufre por la intoxicación del mercurio.

Los síntomas no mienten: cansancio evidente tras hacer pequeños esfuerzos físicos, diarrea con episodios de dolor de cabeza.

Rosa se apura. Mete arroz a una olla con agua cruda. En otra la yuca ya está cociendo. De una bolsa negra saca residuos de pescado. Es un sábalo que sus mejores partes fueron a parar al mercado de Rurrenabaque, la población urbana que está el municipio beniano que es separado por el río Beni de San Buenaventura. “Estas partes comemos. Hacemos hervir como sopa y cuando hay aceite lo freímos”, explica con una voz cansada, como si estuviera subiendo una pendiente.

Una mujer de Eyiyoquibo realiza artesanías para poder venderlas en el municipio de Rurrenabaque.

LAS CONSECUENCIAS DEL MERCURIO

El mercurio, un metal pesado venenoso, está prohibido en la mayoría de los países del mundo para muchas cosas: usos odontológicos, termómetros en hospitales, minería, cosmética. Bolivia es uno de los 113 países que firmó el convenio de Minamata, que prohíbe el uso del mercurio, pero no ha cumplido. Su uso para minería sigue siendo común. De hecho, es el mayor comprador de mercurio del mundo, según las estadísticas oficiales.

El Gobierno inició una cruzada para evitar el uso de mercurio en la minería, pero también tiene un proyecto para evitar más intoxicaciones por el mercurio. En el Ministerio de Salud y Deportes quieren evitar desgracias por este tipo de intoxicación. Es por eso que creó el “Plan Mercurio y Salud”, que tiene cinco líneas estratégicas: la primera, la evaluación y gestión de riesgo en la población expuesta; la segunda, el fortalecimiento del sistema de salud para la atención a la población expuesta; la tercera, la comunicación del riesgo, información y educación; la cuarta, la reducción e eliminación y gestión de productos con mercurio añadido y la quinta línea, es la gestión y el marco normativo intersectorial de las sustancias químicas.

Los resultados del estudio del CPILAP son desoladores. Ese 75% de las personas evaluadas supera el límite permitido de 1,0 partes por millón (ppm) de mercurio en el cabello.

“Con este plan se busca generar una mesa interministerial donde se analizará esta importante problemática que hoy está afectando la salud de nuestras mujeres, embarazadas, los niños en el vientre y personas adultas, y que está afectando a la biodiversidad, sobre todo en este espacio a nuestros pueblos indígenas”, lamenta la ministra de Salud, María Renée Castro.

Pero en Eyiyoquibo, dicen que sobre este plan no están enterados.

La autoridad admite que la exposición al mercurio afecta el neurodesarrollo de los niños, daños cardiovasculares, que hay además efectos en el sistema renal, aspectos que, dice, se están trabajando y abordado de manera conjunta.

Otro de los planes del Gobierno para erradicar el mercurio es la “Guía para el Diagnóstico y Tratamiento de las Intoxicaciones por Mercurio”, que tiene el objetivo de establecer una herramienta que permita prevenir, realizar vigilancia de la exposición, un diagnóstico adecuado y tratamiento, para mitigar los daños en la salud de las personas expuestas a ese metal.

Según el Centro de Documentación e Información Bolivia (CEDIB), el mercurio tiene impactos significativos tanto en la salud humana como en los ecosistemas naturales. En cuanto a la salud humana, puede causar problemas y dolores estomacales, dificultades de aprendizaje en los niños y otros efectos adversos. Además, el consumo de peces contaminados con mercurio representa un riesgo, ya que se acumula en sus tejidos y puede ser tóxico para quienes los consumen. A corto plazo, la inhalación de vapores de mercurio provoca problemas respiratorios, dolores de cabeza, náuseas y vómitos. A largo plazo, la exposición puede causar daño renal, neurológico y cardiovascular, así como problemas de desarrollo en niños y fetos.

Para Miguel Vargas, director del Centro de Estudios Jurídicos e Investigación Social (CEJIS), el caso del pueblo Ese Ejja es el que más preocupa, porque se trata de una población de reciente contacto, es decir, que hace 70 a 80 años salió del aislamiento en el que vivía. “Aún es nómada, transita por extensos territorios en toda la Amazonía norte con presencia en el norte de La Paz y en el norte y zona central de Pando. Son grupos itinerantes que se desplazan y no han logrado garantizar la seguridad de sus territorios, entonces se ven amenazados por avasallamientos, por colonizadores y campesinos”, dice.

Río arriba de donde viven los Ese Ejjas se encuentran las localidades de Mapiri, Tipuani, Teoponte, Mayaya y Guanay, entre otras, donde se practica la minería aurífera que está contaminando las aguas amazónicas. Esas aguas arrastran el mercurio por los ríos amazónicos que luego se unirán a las aguas del río Beni y van dejando su huella en las comunidades que viven a lo largo de su lecho. Entre ellos Eyiyoquibo.

Los niños de la comunidad Eyiyoquibo caminan por las calles sin ninguna preocupación. Muchos de ellos, lamentan sus padres, también están afectados por el mercurio.

Aguas arriba es donde empieza la destrucción. Hay empresas chinas y de otros países, que tienen a las cooperativas mineras como fachada, que destrozan los ríos para sacar oro de las entrañas de los ríos. En Bolivia existen aproximadamente 1.700 cooperativas mineras, de las cuales, 1.100 se dedican a la explotación de oro en todo el país, de éstas 1.000 están en el departamento de La Paz.

Las empresas que no cumplen con las reglas ambientales pierden su licencia de funcionamiento, pero eso solo es como una pequeña sanción, ya que poco después del castigo pueden volver a operar con otro nombre y en otro lugar.

En el segundo trimestre del 2023, el precio del oro boliviano de exportación tocó máximos históricos y llegó, en promedio, a 49.932 dólares el kilogramo. India, Emiratos Árabes Unidos y Hong Kong lideran las compras del metal precioso que sale de los ríos bolivianos.

La concentración media de mercurio en todas las personas evaluadas es de 3,93 ppm, un valor que sobrepasa ampliamente los límites establecidos. De las 36 comunidades analizadas, 18 tienen a todas sus personas por encima del límite permitido.

Desde el Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA) se advierte que, en los ríos amazónicos de Bolivia, el predominio de las cooperativas mineras auríferas se da en un contexto entre legal e ilegal. Uno de los investigadores del CEDLA es Alfredo Zaconeta, quien resaltó que las exportaciones de oro en 2022 (3.003 millones de dólares) superaron a las de hidrocarburos (2.974 millones), pero dijo que el Estado bolivianos recaudó más por el gas que por el oro por las diferencias tributarias que se aplican a estos rubros.

En Bolivia, el mercurio se puede comprar sin ningún permiso especial, al contrario de lo que sucede en otros países de la región como Colombia y Perú y en toda la Unión Europea (UE). Según el Convenio de Minamata, del que Bolivia es parte, está prohibida la venta de mercurio para uso en minería, ya que es una de las diez sustancias químicas que más amenazan la salud pública, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS). En Bolivia, un frasco de un kilo de mercurio se puede conseguir entre 1.400 y 2.000 bolivianos.

“El uso del mercurio de manera indiscriminada afecta al medio ambiente y a la salud de poblaciones indígenas altamente vulnerables como es el caso del pueblo Ese Ejja. Se trata de una situación realmente alarmante. A pesar de que se han hecho una serie de denuncias, las instancias del Estado responsables de atender esta situación hacen muy poco”, alerta Vargas.

Una de las aulas de la unidad educativa de Eyiyoquibo.

LOS MÁS AFECTADOS, LOS INDÍGENAS

Óscar Campanini, director ejecutivo del CEDIB, confirma que las zonas más afectadas por la presencia del mercurio son los pueblos indígenas, ya que tienen un consumo de pescado intensivo por ser su principal fuente de proteína y, en algunos casos, su principal alimento, como es el caso del pueblo Ese Ejja.

“Las zonas donde hay mayor extracción de oro en la cuenca del río Beni es en la parte alta, pero afecta a todo lo largo del río. Muchos de los pueblos indígenas no tienen minería en sus territorios, pero esa afectación, que se ha evidenciado en diferentes estudios, se debe a la minería que se hace a cientos de kilómetros. Ese es el problema del mercurio que llega a los ríos y a los peces y, a través de ellos, a las personas”, explica Campanini.

En Eyiyoquibo, que en español significa Pie de Montaña, viven cerca de 90 familias. Los propios comunarios dicen que no pasan de 400 habitantes. Desde tiempos ancestrales, la vida de los Ese Ejja ha sido nómada, desplazándose en botes de madera construidos por sus propias manos río arriba y río abajo, haciendo de los recursos que ofrecen sus aguas, su medio de vida y su fuente de alimento.

Los síntomas no mienten: cansancio evidente tras hacer pequeños esfuerzos físicos, diarrea con episodios de dolor de cabeza.

En 1996 fundaron la comunidad Eyiyoquibo, en diez hectáreas que fueron donadas por la Misión Nuevas Tribus, de la iglesia evangélica. Aquel asentamiento, en una tierra ajena, continuó viviendo del río, como lo hicieron ancestralmente sus antepasados, pues el río es su fuente de alimento y ahora la causa de su intoxicación.

Miguel Costas, que es parte de la Asociación de Pescadores de Eyiyoquibo, sostiene una de las redes con las que sale a pescar al río Beni. La está reparando de algunas imperfecciones. Es su instrumento de trabajo. El indígena dice que en esta época la pesca es más difícil por las lluvias, pero también relata que estas aguas amenazantes traen de las nacientes toda la basura que va dejando cada campamento minero.

“Vemos los recipientes del mercurio, de marca El Español, llegan hasta acá. También vimos el agua sucia, como con aceite de vehículo. Prácticamente somos el basurero de los mineros”, lamenta Costas.

Para Miguel, lejos del río, la única solución está en la cría de pescados, aunque para ello se necesitan recursos económicos y ellos, al ser un pueblo de contacto inicial, sus recursos son escasos. Sus únicos y pocos ingresos provienen de la venta de pescado.

“Lo único que veo conveniente es tener nuestro propio criadero de pescados. Hay lugares donde se forman piscinas, más arriba, pero eso es también plata. Nosotros criando nuestro pescado tal vez puede haber menos contaminación, aunque sabemos que esta agua ya está contaminada”, dice Miguel.

Más allá de Eyiyoquibo, a unos diez kilómetros, está el centro de salud de San Buenaventura. El edificio es moderno y hay personal que trabaja las 24 horas del día. A este nosocomio no llegó ningún indígena Ese Ejja para hacerse atender por algún problema de intoxicación por mercurio, según explicó Mario Chacón, el responsable municipal de Salud de San Buenaventura.

Una familia prepara el almuerzo en su casa. La grasa de una res es también parte de la dieta de los indígenas Ese Ejjas.

El médico está consciente de que las aguas del río Beni y los peces están contaminados y contó que llegaron especialistas que detectaron el problema de la intoxicación en Eyiyoquibo y otras comunidades.

“Acá nunca vinieron (los indígenas), no tenemos ni un caso. No conocemos un tratamiento para estos casos, solo podemos dar medicamentos genéricos, pero también la alimentación (de los indígenas) es deficiente. Comen arroz, pescado y huevo, esa es su vida. No se les puede recomendar, porque es su modo de vida, pescan y venden, eso lo hacen diario”, relata Chacón.

El médico también expresó preocupación porque mientras más pescado sigan consumiendo, más crecerán los niveles de contaminación en los cuerpos de los indígenas. “Nosotros comemos pescado pocas veces, ellos lo hacen diario. Eso les afecta”, dice.

En agosto de 2023 se festejó una decisión judicial. La CPILAP ganó una acción popular, por lo que la justicia determinó la suspensión de las actividades de minería ilegal en los ríos Beni y Madre de Dios. Esa decisión la tomó el Juzgado Mixto Civil y Comercial de Familia, de la Niñez y Adolescencia, del Trabajo y Seguridad de Rurrenabaque.

Con esta determinación, el Estado, a través de sus instituciones, debía realizar verdaderos procesos de consulta previa a los pueblos indígenas y prohibir la tramitación y otorgación de derechos mineros en las cuencas Alta y Baja de los ríos Beni y Madre de Dios, además de sus afluentes. Poco se hizo. El presidente de la CPILAP, Gonzalo Oliver Terrazas, explica a Revista Nómadas que la actividad minera continúa y que pocas entidades acatan la resolución judicial.

“Vemos que una gran mayoría de las instituciones han incumplido esta resolución. Hasta donde conocemos, la AJAM emitió la paralización de trámites mineros en los ríos donde se ha demandado en la acción popular, ejecutó la prohibición de nuevos asentamientos, como también la paralización de trámites. Por parte del Ministerio de Salud hemos tenido la visita de toxicólogos a las comunidades donde hicimos las pruebas, se hizo las recomendaciones médicas y cómo contrarrestar los efectos del mercurio en el cuerpo. Estas son las dos únicas instituciones, de las siete que estaban encomendadas, que tuvieron acercamiento con la CPILAP”, explica Oliver.

El líder, que reúne a los pueblos indígenas de la Amazonía paceña, pidió al Ministerio de Salud que se conformen brigadas médicas permanentes para que visiten a las comunidades indígenas afectadas. Además, cuestionó que las Fuerzas Armadas (FFAA) se negó a cumplir la determinación judicial para que controle las operaciones ilegales mineras en los ríos demandados.

Fátima Monasterio, abogada especializada en derechos indígenas e investigadora de la Fundación Solón, explica los siguientes pasos que se deben seguir luego de la resolución judicial que favoreció a los pueblos indígenas. La experta, que es también coordinadora del Grupo de Trabajo Pueblos Indígenas, Autonomías y Derechos Colectivos del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), considera que la CPILAP aún debe enfrentar tres escenarios conflictivos: un andamiaje institucional que privilegia los intereses de la minería a los derechos colectivos y de la naturaleza; un fuerte sector cooperativista minero con capacidad de movilización nacional que constantemente obtiene prerrogativas del Gobierno; y el incremento de la actividad minera dentro de las propias organizaciones.

“En consecuencia, en el marco de una profunda crisis judicial en Bolivia, aún resta lograr el cumplimiento de la Resolución Judicial N° 05/2023 a casi seis meses de haberse pronunciado. A pesar de que este tipo de decisiones constitucionales son de ejecución inmediata y obligatoria, las autoridades responsables de cumplir las disposiciones del Tribunal se resisten a tomar acciones efectivas. Por su parte, la CPILAP ha señalado que la Acción Popular obtenida es irrenunciable e innegociable”, destaca Monasterio.

En Eyiyoquibo la noche cae como cualquier otra. Casi todas las casas tienen energía eléctrica. En sus pequeñas calles de tierra, algunos comunarios hacen fogatas para quemar la basura que recolectaron, otros se sientan a charlar. Los niños siguen despiertos, siguen jugando en la pequeña cancha de fútbol, aunque, de rato en rato, se sientan como si estuvieran eternamente cansados. Los adultos también duermen y muchos de ellos, suelen despertarse en la noche, pensando en que deben ir al río, a pescar y a encontrarse, inevitablemente, con el mercurio que, día a día, está destruyendo la salud y el bosque que es la única casa que los Ese Ejja tienen.

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Esta investigación fue realizada por Revista Nómadas, gracias al soporte del Consorcio para Apoyar el Periodismo Independiente en la Región de América Latina (CAPIR), un proyecto liderado por el Institute for War and Peace Reporting (IWPR).

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