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ESPECIALES

«La selva más hermosa del mundo»

El turismo basado en la pesca sostenible con devolución obligatoria, fuente de ingresos y empleo en el norte del TIPNIS.

30 de enero de 2023

El TIPNIS cobija a más de 800 especies de animales y se estima que alberga cerca 3.000 variedades de plantas. Es la casa ancestral de Tsimanes, Yuracarés, Moxeños y Trinitarios. Un pulmón que genera aire puro para el planeta.

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Roberto Navia Gabriel

Periodista

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Daniel Coimbra

Fotógrafo

Alcides D’Orbigny no se equivocó.

En sus expediciones por Bolivia, entre 1830 y 1833, dijo que la tierra de los yuracarés era la selva más hermosa del mundo.

En el puerto de Oromomo, una de las más de 70 comunidades dentro del TIPNIS, las balsas de madera aguardan, silenciosas, los momentos de mayor algarabía.

El expedicionista y naturalista francés caminó y navegó el suelo y las aguas que ahora se conocen como Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), donde, además de Yuracarés también habitan Tsimanes, Moxeños y Trinitarios. Puso sus pies, contempló con asombro descomunal y no dudó en afirmar que ante sus ojos tenía semejante espectáculo de la naturaleza.

Y no mentía.

El TIPNIS, ahora, por lo menos en la parte Norte de su cuerpo extenso de 1.236 296 hectáreas (12.363 km²) —casi el doble de extensión que la ciudad de San Pablo, Brasil— es una selva ubicada en los departamentos del Beni (provincia de Moxos y municipios de San Ignacio y Loreto) y Cochabamba (provincia de Chapare y Ayopaya y municipios de Villa Tunari y Morochata).

Un universo natural que avanza del llano a las montañas y que atrae la mirada como un imán: naturaleza que habla y encanta, que canta y seduce con las curvas perfectas de sus ríos, con la musicalidad que sale de las gargantas de las aves y con el despertar plácido de sus amaneceres que —después de una jornada de aromas naturales y armonía entre las comunidades indígenas— coronan con puestas de sol que son solo la antesala de noches amazónicas que se mecen sin ninguna prisa en despertar.

Los sueños profundos, en este rincón del planeta, son tan placenteros como la realidad. En los intervalos de la noche, los insectos entonan una banda sonora que ilumina la oscuridad desde los misterios de la selva y si uno despierta al fragor de la tranquilidad inminente, disfrutará de esa musiquita arrulladora que vuela de aquí para allá.

El día empieza a vivir antes de nacer. El sol aún no se ha levantado, pero el gozo de la existencia ya está haciendo de las suyas en las afueras. El Servicio Nacional de Áreas Protegidas (SERNAP), ha informado que oficialmente se tiene el registro de que en el TIPNIS existen 602 especies de plantas, pero que se estima que son, en realidad, cerca de 3.000 especies, lo que representa entre el 12 y el 15% de flora de Bolivia.

Los árboles del TIPNIS, imponentes y majestuosos.

El SERNAP, según datos del Plan de Manejo del área protegida, también ha detallado que existen 858 especies de vertebrados: 108 especies de mamíferos; 470 especies de aves; 39 especies de reptiles (sin tortugas, ni caimanes), 53 especies de anfibios y 188 especies de peces; también se han registrado 127 especies de insectos.

Todo un mundo natural que aparece el rato menos pensado. A través de sus sonidos o de su viva presencia.  Las huellas de los animales silvestres son un constante asombro incluso para los originarios que caminan estas tierras desde tiempos inmemoriales.

Dionisia Herbi, del pueblo Yuracaré, quiere y respeta a los animales con los que se ha criado tan cerca, como también sabe guardar distancia. En niña ya escuchaba el rugido del jaguar, al que aquí se le conoce como tigre. Oírlo —dice— no le daba miedo. Como tampoco le daban miedo los truenos que en los tiempos de las lluvias son tan comunes, que ya casi nadie brinca como un ciervo cuando retumban en el cielo encapotado.

En el puerto de Oromomo, una de las más de 70 comunidades dentro del TIPNIS, las balsas de madera aguardan, silenciosas, los momentos de mayor algarabía. La Algarabía —aquí— llega cuando los brazos fuertes de los indígenas empujan las embarcaciones para que los motores de cola larga puedan emitir sus sonidos como pequeños truenos. Navegar, en el mundo del TIPNIS, es un acto de libertad, de modesta epopeya, de proeza natural, de esfuerzo colectivo. Los Yuracarés, los Tsimanes, los Moxeños, los Trinitarios —que son los usuarios expertos en el arte de la navegación— se desplazan en sus canoas para ir de una comunidad a otra, para transportar sus producciones de autosustento, para explorar la selva, para caminarla por las sendas que los abuelos abrieron en los mejores tiempos de su juventud.

Sobre las aguas cristalinas del Pluma, avanza una balsa, suave y tranquila, como una hoja serena, liberada del tiempo que aquí no es presa de la premura. No hace falta que el motor fuera de borda esté encendido. Los dos hombres que la pilotean, uno en la proa y otro en la popa, han decidido sentarse porque el río está haciendo el trabajo de transportarlos sin que la fuerza motora del humano o de la máquina, entren en juego.

El arte de la contemplación está en su reino. Los indígenas han hecho de la observación una forma mágica de disfrutar el mundo.

Este mundo que se conoce como TIPNIS.

El TIPNIS de los árboles frondosos, de los de las copas floridas y de los que dejan despeinar sus ramas con los vientos que bajan a tropel de las montañas que están más allá, arropadas por las nubes negras en las épocas de lluvia.

El territorio de las playas de arena blanca, de los ríos con cachuelas y de los de aguas color turquesa, mansas y tranquilas como una sábana secando al sol. La casa de las garzas rosadas y de los hongos blanquísimos, de las arañas que tejen su reino sin esconderse del ningún depredador, de las palmeras que caminan, de los musgos que coleccionan distintos tonos de verdes, de los peces que nadan sin la cortina oscura de las aguas turbias, porque las aguas turbias aquí no existen, de los puercos espines que viven tranquilos, pero también en alerta; y sobre todo, la morada de indígenas que experimentan armonía con la naturaleza, custodios ancestrales de un pulmón que produce aire puro para el planeta.

Youcy Fabricano Román, nacido en las pampas de Moxos, a orillas del río Sécure, quiere que Bolivia sepa que el TIPNIS es una región muy importante para la vida de los animales, para la flora, pero principalmente para los pueblos indígenas que la habitan, como también lo es para el resto del país y del continente.

El TIPNIS —explica— cuenta con tres pisos ecológicos muy valiosos: las sabanas, los pies de monte y las serranías o zona Sub Andina, donde se encuentran las nacientes de los ríos, los arroyos, las lagunas y los lugares aún intactos, donde el ser humano, gracias a Dios, aún no le hincó su agresión extractivista.

Fabricano Román, que entre sus credenciales está el rol de planificador e investigador indígena formado en el TIPNIS y que fue parte del plan de manejo preliminar del área protegida, cuando se lo conquistó como territorio indígena, saca de entre sus recuerdos esa frase de Alcides D’Orbigny que inmortalizó en el siglo XVIII, cuando, tras poner sus pies en el territorio que hoy e el TIPNIS, dijo, sin dudar, que se encontraba en la selva más bella del mundo.

***

Las aguas color turquesa, una vista a vuelo de pájaro.

La selva transmite una paz y belleza que no tiene límites.

STAFF:

DIRECCIÓN Y TEXTOS: Roberto Navia. FOTOGRAFÍAS: Daniel Coimbra. EDITORA MULTIMEDIA Y DE REDES SOCIALES: Lisa Corti. JEFA DE PRODUCCIÓN: Karina Segovia. DISEÑO Y DESARROLLO WEB: Richard Osinaga.

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