Sigo con Diario del divorcio, cuaderno de viaje. Catarsis después de 30 años de odisea alegre y de gris zozobra. El texto de hoy está entre Madrid y Roma; me alejo un tanto de las estepas del este, de sus mujeres ojos de tártaro azules y retorno a occidente, supuestamente menos salvaje o mejor mimetizado. Divorcio de mí mismo, que esas santas que fueron mis esposas no merecen martirologio. No son ni Jan Hus ni Gonzalo Pizarro, aunque de profetas y guerrilleras tenían al menos un poco.