Mientras preparaba, en el camión de comida, milanesas y chorrillanas, mientras el infierno de la plancha quemaba mis manos detrás del plástico que las protegía, Ligia alistaba maletas y viajaba hacia el sueño de los nietos. Pienso ahora en hombres y mujeres, en doña Irma que me decía, muchísimo atrás en el tiempo y para secar mis lágrimas, que el hombre era “poncho al viento”. Se refería a las ataduras que suele traer la maternidad y de las que el hombre carece.