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ESPECIALES

Esto no es ficción

El último refugio de la vida graficado en siete ilustraciones

22 de septiembre de 2021

1. Vida silvestre en el Edén

Una pareja de tortugas baña el caparazón con los rayos del sol, encima de un tronco que flota en las aguas mansas del río Paraguá. Un jaguar camina sigiloso por el túnel de unos árboles y el sonido de sus pasos viaja por el silencio de la tarde. Las bandadas de patos cuervos sobrevuelan al ras del Iténez y los bufeos dejan ver sus pieles rosadas y las londras estiran sus cuellos para saber de dónde vienen los aullidos de los monos manechi. La comunidad silvestre de las Áreas Protegidas de Santa Cruz (Bolivia) vive en su ley sabia, como si afuera de la selva la humanidad no estuviera ocupada destruyendo el mundo. Aquí, la vida canta.

2. Los protectores de los bosques

Los nombres de las comunidades hacen juego con el bosque: Florida por las flores, Porvenir por la esperanza de los atardeceres, Cachuela por las gargantas de los ríos, Piso Firme por la solidez del suelo para que a las casas de madera no las derribe el viento.
Desde tiempos inmemoriales, los Chiquitanos y Guarasugwé caminan por sus territorios a sus anchas. Pero ahora, cuando escuchan el sonido de alguna máquina destructora del bosque, algunos buscan refugiarse en el vientre del silencio.

3. Con su permiso, madre naturaleza

Pescan para calmar el hambre, siembran para que la comida no falte en casa, cortan algunos árboles para levantar sus casas, trepan sus palmeras para cosechar el asaí, pero dejan un racimo para el deleite de las aves. “Le pedimos prestado a la naturaleza lo que es de la naturaleza”, repiten lo que sus abuelos les decían cuando los avasallamientos aún no habían sido inventados.

4. Palmeras que generan empleos

Hay una palmera milagrosa en el Bajo Paraguá: la palmera de asaí. Porvenir trabajó silenciosamente y levantó con sus brazos de gigante la Planta Despulpadora de Asaí, cuyo nacimiento fue financiado por el Programa Nacional de Biocomercio que en ese entonces era administrado por la Fundación Amigos de la Naturaleza en 2010.Los indígenas Chiquitanos y Guarasugwé la defienden con sus vidas. En los últimos años arriesgaron sus cuerpos para apagar los incendios que escupieron los campos agrícolas y avasallados que —cada vez más cerca— hacen sonar sus tambores de guerra y los despiertan en las noches. La Asamblea Legislativa de Santa Cruz declaró el pasado 17 de septiembre a la Comunidad indígena de Porvenir Bajo Paraguá Capital Departamental del Asaí. Un logro que los Chiquitanos y Guarasugwés celebran porque eso les permitirá producir de manera sostenible y ampliar sus mercados ecológicos.

5. Los beneficios de los otros

Piso Firme tiene luz eléctrica desde las 18:00 hasta las 22:00. Bella Vista también se va a la cama con la luz de los mecheros. En Ambas comunidades viven indígenas de tierras bajas y sus ancestros son tan antiguos como los árboles que están en pie. En los límites del Área Protegida Municipal del Bajo Paraguá y de otras áreas protegidas, hay comunidades interculturales amigas del poder adonde los servicios básicos y sus títulos de propiedad llegaron poco después del canto de los gallos.

6. Las orugas de los colonos

Las aves salen en estampida tras que sienten el infierno que traen los avasalladores. Los dientes de las orugas no dejan árbol en pie ni animalitos en las demarcaciones que hacen los interculturales que llegan para deforestar bajo la sombra de la ilegalidad en el Bajo Paraguá.
Donde hay asentamientos y avasallamientos, el monte alto del bosque amazónico está extinto. A los costados del camino cuesta encontrar una sombra para aliviarse de las altas temperaturas y no se ve ningún animal silvestre cruzar la ruta o espiar por entre los barbechos.

7. Los bosques todavía son generosos

A pesar de los maltratos, los bosques siguen regalando lo que no da el dinero. Las lluvias del todo no se han ido y el agua todavía la tienen las ciudades que dependen de la salud de los árboles para no sufrir hambrunas ni sequías. Pero el tiempo se va acabando.

STAFF:

DIRECCIÓN Y TEXTOS: Roberto Navia. JEFA DE PRODUCCIÓN: Karina Segovia. FOTOGRAFÍA: Clovis de la Jaille. INFOGRAFÍA Y DISEÑO: Marco León Rada. DESARROLLO WEB: Richard Osinaga. ILUSTRACIONES: Will Quisbert. REDES SOCIALES: Lisa Corti. PRODUCCIÓN DE SONIDO: Andrés Navia. VIDEO: Julico Jordán.

MÁS SOBRE ÁREAS PROTEGIDAS EN EL CORREDOR DE LA MUERTE

Más de 4.4 millones de hectáreas de bosques de seis territorios interconectados y protegidos por ley en Santa Cruz (Bolivia), sufren los efectos directos o colaterales de la tala indiscriminada, los avasallamientos, el tráfico de tierras, la expansión de la frontera agrícola y los incendios forestales. Revista Nómadas realizó una expedición por cielo, ríos y tierra para conocer el corazón de una millonaria biodiversidad y a los grandes enemigos que están arrasando con la vida en esta parte del planeta.

No hay nada oculto bajo el sol del Bajo Paraguá: cuerpos de árboles tumbados, apilados como un estorbo, listos para que el fuego los consuma; brechas abiertas como heridas en el lomo de un animal y un mar verde que todavía queda.

La sabiduría de uno de los pueblos indígenas más olvidados del mundo, recuerda que con cada árbol caído no solo sufren los bosques. Sus pocos habitantes viven en paz pero con temor a los incendios.

Porvenir ha sido resucitada por una palmera espigada que mide hasta 25 metros de alto a la que se conoce como asaí. Los que emigraron retornaron atraídos por las fuentes de empleo. El olvido estatal ahora se siente menos.

Viaje virtual por la realidad de postal y el funeral de los árboles.

Once comunidades indígenas Chiquitanas se han quedado sin su principal fuente de alimentos. La sequía está tragando su laguna.

REVISTA NÓMADAS

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