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CASA VERDE

Hermes Justiniano: “El dinero no traerá lluvias como las traen los bosques”

La tormenta avanza a la velocidad de una liebre por el cielo estrellado de la serranía de Santiago de Chiquitos.

Foto: Hermes Justiniano

16 de junio de 2021

Hermes Justiniano retrata todos los rostros de la naturaleza, y lo que va quedando de ella. Lo hace para cuidarla, para defenderla, para exigirle a los humanos que ya no destruyan el mundo. Desde las alturas también testifica las maravillas que aún tiene Bolivia, incluyendo la deforestación que avanza como una gangrena. Fotógrafo, aviador, constructor de instituciones medioambientales. Viajero eterno. Ésta es su historia:

Podcast:

Escucha aquí la entrevista a Hermes Justiniano

Hermes abre la puerta de su estudio y un coctel de olores sobrevuelan como las golondrinas de sus viajes. Aquí huele a libros, a cabaña de descanso, a escenario de creación artística. En los próximas dos horas, cuando Hermes esté contando su historia, olerá a paisajes de postal, a maracuyá y a guayabas, a sabrosa bosta de vaca, a almendras chiquitanas y a tormentas inclementes y a pulmones de los bosques que aún están de pie en el mundo. También se sentirá el doloroso olor de los silencios que dejan los árboles caídos en las áreas protegidas de Santa Cruz (Bolivia), a pesar de sus esfuerzos.

El estudio de Hermes Justiniano Suárez es una habitación que queda en el fondo de su casa-bosquecito, refugiada en los recuerdos de la bonita Santa Cruz. Aquí hay dos estantes gordos alimentados con libros y documentos, hay cajones flotantes de madera y mesones a los costados de las paredes blancas, hay fotografías gigantes, medianas y pequeñas que ocultan su tesoro, enrolladas con esmero. Hay, en portarretratos, una foto con Hermes y su esposa y otra en la que la pareja está con sus cuatro hijos. Todos, pletóricos, envueltos en ese instante eterno. Aquí, también hay una máquina para imprimir fotos a gran escala, un monitor de computadora encima de un escritorio de madera oscura, un teléfono analógico de esos que ya casi nadie usa y que sonará una sola vez al final de la entrevista. En esta catedral de Hermes, hay dos sombreros que miran al patio por la ventana y hay un deshumificador que impide que sus materiales y equipos fotográficos con los que inmortaliza el mundo, no se arruinen con la humedad terca de la ciudad.

Hermes se autodefine como naturalista, una persona que estudia la naturaleza

Aquí hay un hombre sentado que cuenta su historia.

Hermes es fotógrafo, es aviador.

Fue uno de los principales creadores y director de dos instituciones emblemáticas de Bolivia: la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN) y la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano (FCBC). Actualmente es Coordinador General del Centro de Estudios del Bosque Seco Tropical Alta Vista en el Municipio de Concepción, uno de los mayores proyectos de la FCBC. Alta Vista es un centro demostrativo de manejo integrado de predios, donde la investigación científica, la ganadería regenerativa y el manejo forestal sostenible son los pilares principales.

Hermes nació en Santa Cruz en 1950. Casado. Padre de cuatro hijos. Viajero perpetuo.

– ¿Quién es Hermes Justiniano?

– Lo he pensado mucho tiempo. Me hice la misma pregunta. Me autodefino como naturalista, es decir, una la persona que se apasiona y estudia la naturaleza. También me defino como un conservacionista, alguien que aprecia los valores de la naturaleza, los utiliza sin abusarlos, o sea, tiene una visión de responsabilidad de largo plazo hacia el planeta y la vida humana. He trabajado en este tema en los últimos 30 años de mi vida y con grandes satisfacciones y tristezas también. Esos son mis intereses, esa es mi pasión.

– ¿Cómo empieza todo, tu historia, ese amor por la naturaleza?

– Supongo que desde que nací y me crie en el campo. Mis padres tenían una granja, yo, la enorme ventaja y satisfacción de criarme entre plantas y animales. Mis padres tenían lechería, yo, montaba con mis hermanos a caballo casi cada día. Los fines de semana venían los compañeros de curso y compartíamos la caminata por la naturaleza.

Un área protegida que no se conoce no tiene valor para la gente del país. Uno no se puede enamorar de algo que no ha visto o que no conoce. En el momento que empezaron a visitar, de dentro y fuera del país, al Noel Kemff y al Amboró, descubrieron tesoros en el planeta.

– ¿Dónde era ese paraíso?

– En el kilómetro 6 de la carretera al norte (en Santa Cruz de la Sierra). En ese tiempo esa pequeña granja era una de las pocas cosas que había ahí, y el camino a la ciudad, era sombreado por árboles y no existía carretera. Eso, poco a poco fue cambiando y luego se tornó lo que es hoy, parte de la mega ciudad de Santa Cruz. Luego cuando terminaba la secundaria, hubo la oportunidad de pasar un año de intercambio en Estados Unidos. Tuve que aprender inglés, pulirlo un buen tanto en mi último año de secundaria allá. Eso me dio una bonita ventaja en la vida. Cuando uno quiere acceder a artículos técnicos, científicos, políticos y sociales en ese idioma, ya es una gran riqueza.

Llegó el momento de ir a la universidad y estaba un tanto desorientado. A veces los deseos de los padres y su influencia son más fuertes de lo que uno puede identificar como su tendencia natural. Fui a estudiar a Europa, terminé en Bélgica: Geología y luego me pasé a Biología porque fui reencontrando mi brújula. Luego me enfermé de algo que le da a quien se ha criado en el sol, y de repente, pasa meses en cielos nublados, fríos, con lluvia. Esa enfermedad se llama Desajuste Emotivo Estacional. Tuve que volver porque no me sentía para nada bien allá. En Bolivia intenté retomar la Universidad. En ese tiempo había todo un desajuste en el sistema universitario, la calidad de la enseñanza era muy deficiente y me encontré trabajando en vez de estar estudiando una carrera que no me convencía por su calidad, y además porque no había mucho que escoger.

Terminé trabajando con el profesor Noel Kempff, como subdirector del Zoológico de Fauna Sudamericana, recién creado. Ahí estuve unos años con él. Aprendí mucho, de lo que no había aprendido en la Universidad. De cierta manera retomé la carrera de Biología. Pero luego me casé, vinieron los hijos, las presiones para tener un trabajo y mantener a la familia. Llegó el momento cuando empecé a juntarme con varios amigos que estaban interesados en conservar ciertos lugares en Bolivia, más que todo en Santa Cruz, que eran icónicos, como el Parque Nacional Noel Kempff, y el Amboró. No se hablaba de la Chiquitania porque estaba básicamente auto protegida, no había mucha gente, ni caminos, ni amenazas. Esto terminó en la formalización de la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN), hace 32 años. Nació con mucha bendición porque rápidamente, de alguna manera, hubo interés en apoyar esta misión institucional de conservación de biodiversidad. El apoyo vino de varios lugares en el mundo, especialmente de EEUU, de personas, no del gobierno americano, de pequeñas y grandes fundaciones, eventualmente de algunos programas gubernamentales internacionales. Fue interesante tener este despegue en la conservación, con apoyos muy importantes para el Noel Kempff y el Amboró. Esos parques florecieron con nuestros influjos técnicos y económicos. FAN empezó a importar profesionales en biología, conservación, ecología, y cuando acordé, teníamos a varias personas muy calificadas. Empezamos a capacitar guardaparques y a hacer cosas que nunca antes se habían hecho, como dar un estatus a estos profesionales protectores de las áreas protegidas, uniformes, autoestima, incluso, debo decirlo de manera casi increíble, a ponerles dientes postizos a los que no los tenían. Este periodo duró varios años, tanto en el Amboró como en el Noel Kempff. Estos parques florecieron y llegaron a ser internacionalmente conocidos por su riqueza en biodiversidad, en paisajes. Despegó el turismo, se hizo infraestructura para turistas nacionales e internacionales.

Las zonas productivas agrícolas y ganaderas, si no hay buen clima, no va a sobrevivir algunas décadas más. Es un error pensar en un bienestar a corto plazo, debemos pensar en nuestros hijos y nietos.

Hermes Justiniano

Naturista y conservacionista

Un área protegida que no se conoce no tiene valor para la gente del país. Uno no se puede enamorar de algo que no ha visto o que no conoce. En el momento que empezaron a visitar, de dentro y fuera del país, al Noel Kempff y el Amboró, se descubrió que eran tesoros en el planeta. Eran como diamantes brillando en el planeta. Eso luego pasó lamentablemente por el desinterés y el abandono de los gobiernos. Toda la infraestructura que con mucho sacrificio y esfuerzo se hizo, se deterioró a lo largo de los años. A tal punto que, por ejemplo, en el Parque Noel Kempff, el monte se tragó la infraestructura que se había levantado; parece mentira. Eran construcciones muy hermosas.

– Llegué a conocer la infraestructura que se construyó en el Noel Kempff cuando ya estaba deteriorada. ¿Qué funcionaba ahí?

– Teníamos dos campamentos principales. Flor de oro, a orillas del río Itenez, al norte, una propiedad que compramos a un privado y la donamos al Gobierno; grave error, porque no estuvo a la altura de las expectativas. Ahí funcionaba una base para estudios científicos, conservación y protección del parque, ecoturismo. También habilitamos un campamento del parque en el área sur, Los Fierros. Sus funciones eran diversas y complementarias. Se hizo un trabajo muy hermoso.

Al mismo tiempo, en el Parque Nacional Amboró nos asociamos con otras dos entidades: el Centro de Desarrollo Forestal y el proyecto SEGMA-BID, que estaba haciendo la carretera nueva a Cochabamba, que, junto a FAN, creamos una red de puestos de guardaparques, capacitaciones, dotación de quipos, reuniones con los vecinos de fuera del parque y una serie de medios para lograr estabilizar y asegurar la existencia del Amboró. En general, todo eso se suma a una primera atapa que duró 10 años.

Una flor de pachío para contemplarla sin prisa.

Foto: Hermes Justiniano

– Después vino la creación de la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano (FCBC).

– Eso ocurrió cuando se iniciaba la construcción del gasoducto a Cuiabá (Brasil), atravesando la Chiquitania (Bolivia), abriendo esa zona a todo lo que es ilegal: ocupaciones ilegales de tierra, traficantes de madera, cacería, minería, etc. Había un enorme trabajo que hacer, lo iniciamos hace 21 años muchas veces con la ayuda de las autoridades locales, y otras veces, sin el apoyo de ellas, porque cuando cambiaban los signos políticos, lo mucho que se había avanzado con un gobierno municipal, era desestimado por el próximo.

– Al mismo tiempo que construías instituciones, narrabas a la naturaleza a través de fotografías. Ahora tengo en mis manos un libro tuyo: Guía de Identificación del Genero Passiflora en Bolivia. Mientras me cuentas sobre ésta tu obra, me gustaría que me comentes cómo nació tu pasión por las fotografías.

La portada del libro de Hermes. Tapa dura y a todo color.

– Debo decir que antes de ser conservacionista, era cazador, como todos los muchachos de mi época. Ese era el pasatiempo que uno tenía en el campo. Mi año en Estados Unidos me hizo cambiar totalmente lo que yo tenía en la cabeza. Allá noté que habían parques, reservas, medidas de protección para la fauna, lugares donde uno podía acercarse a los animales silvestres, verlos de cerca, y ellos, porque no percibían el peligro, se quedaban ahí. Pude ver la estupidez que yo había estado haciendo: agarrar un rifle y tirarle a un lorito o a un tucán. Soy culpable de eso. El cambio vino como un chicotazo. Tomé una conciencia absoluta de que no debía seguir haciéndolo, y de que nunca más iba apuntar un arma contra un animal silvestre. Entonces, milagrosamente se me presentó la fotografía, descubrí las nuevas cámaras réflex que eran en ese tiempo una novedad. Empecé a estudiar fotografía a los pocos meses de llegar allá (EEUU) y tener que aprender inglés. Aprendía fotografía al mismo tiempo que el inglés. Con muchísimo esfuerzo logré comprarme una primera cámara, mientras volvía de allá pasando por Panamá, porque eran más baratas. Tomé mis primeras fotografías aéreas desde la cabina de un avión Douglas DC-6 piloteado por un amigo del colegio que era el comandante de vuelo. Quedé prisionero de esa hermosa sensación de hacer fotos aéreas. Obviamente tenía yo también otra historia en mis genes y era la de la aviación. Tres hermanos de mi madre fueron pilotos, uno de ellos falleció cuando era joven en un accidente, de los otros dos, uno de ellos todavía vuela. Yo nací con esa pasión de mirar las cosas desde arriba, de tener una perspectiva más global. Esto lo compartía con unos amigos de curso en el Colegio La Salle, formamos un grupo de apasionados por la aviación y todos logramos ser pilotos. Llevo volando más de 35 años, continúo haciéndolo y tomando fotos áreas. Con el tiempo compré un avioncito y después otro mejorcito. Actualmente tengo un aparato de cuatro plazas con ventanas fotografías que me permite hacer todo eso con más comodidad. Gozo de poder hacerlo.

En los lugares donde contábamos con proyectos de conservación, tenía la posibilidad de hacer fotos de lugares y cosas muy interesantes. Eventualmente fui generando todo un banco de datos fotográficos. Algunas de esas fotos representaban un interés especial para mí. Por ejemplo, encontraba flores silvestres. Sin pensarlo mucho, empecé a tener un número de especies fotografiadas y, en algún momento, quise saber de qué se trataban.

Una pareja de aratingas, rendida ante el regalo de la naturaleza

Foto: Hermes Justiniano

Ya para ese tiempo era miembro de la Sociedad Botánica, en Santa Cruz, y entre sus miembros, había alguien muy interesado en el tema: Roberto Vásquez, botánico destacado. El hecho es que se empecé a buscar información sobre las Pasifloras, cuyo nombre quiere decir: flores de la pasión. Así bautizó a este género de plantas, Carlos Linneo, el padre de la sistemática botánica y biológica. Les puso este nombre porque los monjes que vinieron en la conquista, encontraron en la estructura de las flores de estas plantas una simbología con la Pasión de Cristo: Todas tenían cinco pétalos y cinco sépalos, que representaban a los 10 discípulos que quedaron cuando Jesús era crucificado, uno estaba huyendo y el otro muerto; la corona de espinas que son los filamentos que tiene la flor para atraer a los insectos, los estilos y estigmas de la flor, una simbología de las heridas de Jesús cuando fue crucificado. Sí, me interesó esa parte de la historia, pero lo que más me llamó la atención fue que empecé a saber que en Bolivia había cerca de 90 especies de estos pachíos silvestres, unos más impresionante que el otro, por la belleza de sus flores o el sabor de sus frutas.

Cuando empecé a leer las descripciones botánicas para ver qué eran, porque Roberto Vásquez, que era mi fuente de conocimiento, había muerto, tuve dificultades para entender los textos botánicos que a menudo estaban en otro idioma. Llegó como un flash a mi mente de que esto, que tan poca gente sabía y que era tan interesante, se podía resolver con algo muy simple: Con laminas donde se muestre con buena calidad fotográfica, las hojas, las frutas, las semillas, la planta entera y demás detalles de la morfología. Así, quien encuentre la flor, hoja o fruto en el campo, ve esta guía (el libro de Passifloras en Bolivia) y con una mirada sabrá a cuál de los pachíos corresponde.

Empecé a trabajar en mi libro Passiflora en Bolivia, de una manera intensa, desde hace seis años, sistematizando la información fotográfica como descriptiva. Realicé viajes por todo el país. Mi esposa, que es también muy amante de las plantas, me acompañó siempre, y juntos empezamos a descubrir cosas que yo no tenía en mi banco fotográfico.

Hermes Justiniano

Naturista y conservacionista

Empecé a trabajar de manera intensa desde hace seis años, sistematizando la información fotográfica como descriptiva. Realicé viajes por todo el país. Mi esposa, que es también muy amante de las plantas, gran entusiasta de estas cosas, me acompañó siempre, y juntos empezamos a descubrir cosas que yo no tenía en mi banco fotográfico. Empecé a estructurar el libro, a ponerlo en español y en inglés, tuve que buscar gente que me ayude en ese sentido y encontré a personas muy desprendidas que me dieron de su tiempo; la FCBC, su director ejecutivo actual, Roberto Vides, se interesó en la obra y me dio apoyo en la edición y publicación. Colaboró en gran medida en esos temas. Nació el libro en diciembre de 2019, justo antes de la pandemia. Hubo una presentación un tanto apresurada conmemorando los 20 años de la FCBC y por varias razones, poca gente lo ha conocido, vino la pandemia, y todo el desorden social. Fue difícil hacerlo conocer con mayor amplitud. Agradezco que se me dé esta oportunidad de comentarlo más.

El contenido del libro en una primera mitad, cuenta la historia del género, su importancia científica y económica, su morfología, su descripción y la investigación científica que se hizo en Bolivia. No es que no se haya hecho nada antes, se hizo mucho, solo que nadie lo había sistematizado y puesto en una publicación. Tuve el honor de haber aprovechado toda esa investigación, haberla juntado y tenido ayuda para logarlo. La segunda parte de la obra contiene la descripción de 46 especies, con sus laminas fotográficas, donde uno inequívocamente puede saber sobre cada una de ellas.

– ¿El maracuyá es una passiflora?

– El maracuyá es una especie de pasiflora mejorada para el consumo humano. El maracuyá original es una especie originaria de Brasil (Passiflora edulis). La he conocido, la he probado, y es tan rica o quizá un poco más rica, pero es más pequeña y no tan aguantadora para el transporte de una fruta a nivel comercial. Este fruto nativo lo llevaron los americanos a Hawái, y en 10 años le hicieron mejoras para tener una fruta más grande, con más pulpa, resistente al transporte y a las plagas. La trajeron de nuevo a Sudamérica, la distribuyendo gratuitamente en diversos países, logrando un éxito instantáneo que generó millones de dólares en ventas porque la gente se apasionó por la fruta. Con dos frutas licuadas se lograba un litro y medio de refresco de sabor agradabilísimo.

Tradicionalmente se han consumido varias pasifloras en la zona andina, como el tumbito chico (Passiflora mollissima) muy común en los mercados de Cochabamba y de La Paz. En Santa Cruz y el oriente tenemos el pachío amarillo (Passiflora nigradenia), con puntitos blancos y varias otras, como la una de ellas (Passiflora miniata) que tiene una flor roja extraordinariamente hermosa y un fruto de sabor tan o más rico que el maracuyá. Estoy haciendo esfuerzos para llevarlo a una escala de producción más comercial. Hay todo un potencial en esta familia de plantas. Mi deseo es que mucha gente conozca el libro y las especies.

– ¿La fruta es sabrosa, como será sabroso leer tu libro. ¿Dónde se lo pueden conseguir?

– Directamente conmigo. Lo he tenido también en algunas librerías. Tomará algún tiempo en tenerlo disponible en lugares públicos. Los interesados me pueden llamar Al 721-96333.

Actualmente no hay en los gobiernos gente que entienda la problemática climática, productiva y todo lo que significa un verdadero progreso para el país. Son oportunistas y están apelando a los votos o por algún tipo de prebenda.

– ¿Qué alegría y tristezas te dio tu trabajo?

– Fueron grandes alegrías lograr cuadros profesionales, conservando la naturaleza en parques nacionales, municipales, lugares que mucha gente reconoce, como la Reserva Municipal Valle de Tucabaca que ayudamos al gobierno municipal a que la cree. Consolidamos guardaparques, hicimos un centro de visitantes. Eso que da tanta satisfacción y alegría, da mucha tristeza cuando se empieza a deteriorar y cuando uno ve a gente extraña que de manera abusiva entra e intenta ocuparlo, sin apreciar todo ese valor que existe en esos lugares. El Parque Amboró está perforado por narcos, por extractores de madera y gente nefasta. El Noel Kempff ya tiene, según he sabido, narcotraficantes adentro. Habilitaron una pista y entran y salen de Bolivia y Brasil y ahí hacen intercambios.

Hay complicidad de ciertas comunidades porque el dinero compra conciencias y resuelve ciertas necesidades de la gente. Casi todos los parques nacionales están perforados por el narcotráfico y por la toma ilegal de tierras. Todo esto es triste porque el dinero no nos va a garantizar un planeta sustentable, no nos traerá lluvias como las traen los bosques. Las zonas productivas agrícolas y ganaderas, si no hay buen clima, no van a sobrevivir algunas décadas más. Es un error pensar en un bienestar a corto plazo, debemos pensar en nuestros hijos y nietos. Claramente los políticos no están pensando en eso, en mejorar la situación; en gran medida en los últimos meses y años se ha ido agravando. Actualmente no hay en los gobiernos gente que entienda la problemática climática, productiva y todo lo que significa un verdadero progreso para el país. Son oportunistas y están apelando a los votos por tierras o algún tipo de prebenda. Es muy triste ver todo el trabajo que se realizó en varias áreas protegidas que deberíamos verlas como un tesoro del país y apoyar su conservación, ahora en decadencia. Lamentablemente no hay tanta conciencia como para generar un apoyo masivo para su conservación. Deseo que esto no siga por ese rumbo destructivo que se ha venido intensificado en los últimos años. Mi esperanza es que juntos podamos lograr un cambio en esta tendencia.

– ¿Ha llorado Hermes Justiniano?

– Dicen que los hombres no lloran. Lloran muchas veces de manera invisible. Yo sufro mucho por este asunto.

Las copas de los árboles del Bosque Chiquitano, observados desde el mismísimo cielo.

Foto: Hermes Justiniano

– Los incendios también están en la lista de los grandes enemigos del bosque.

– En gran medida los incendios son intencionados, provocados para tener algunas hectáreas más de pasto o de maíz. Quienes hacen esto están promoviendo los ecocidios, que no son otra cosa que un suicidio aplicado al género humano. No sé si es que uno sabe tanto más que otras personas para darse cuenta que lo que está ocurriendo. Se va a liquidar al género humano. O no sé si a pesar de saberlo no tienen la suficiente conciencia para reaccionar de manera responsable. Es como lavarse las manos y simplemente permanecer en un no-importismo que predomina en las personas. Hay un conflicto de intereses: o la plata o la supervivencia. Hay quienes deciden por la plata. ¿De qué sirve la plata si no hay supervivencia?

Este es un tema triste, delicado y que de alguna manera lo tenemos que resolver con la ayuda de los gobiernos, porque son los gobiernos los que tienen el poder y la fuerza económica, política, militar, para hacer que ciertas reglas, que son de beneficio colectivo, se cumplan. Si los gobiernos no reconocen lo que deben hacer bien, estamos mal.

Uno siempre quisiera volver a esos lugares que tanto le han inspirado. Mi sueño es que esos lugares puedan ser abiertos para visitarlos, que vaya gente común, de la ciudad, jóvenes, que necesitan conocer esta joya de la naturaleza.

Hermes Justiniano

Naturista y conservacionista

– ¿Si tuvieras que elegir tres fotografías, con cuales que pudieran reflejar la realidad y el trabajo que hiciste, te quedarías?

– A menudo me acuesto y trato de limpiar mi mente de los problemas encontrados en el día y la búsqueda de soluciones que es mi trabajo de cada día. Entonces me sitúo en algunos lugares, como en las cataratas Ahlfeld o El Encanto del Parque Nacional Noel Kempff. O me sitúo en un cielo estrellado en Alta Vista, donde trabajo. Trato de dormirme con esas imágenes, porque representan la pureza de la creación de Dios y la paz en la naturaleza, el equilibrio, el buen sentir, y todo eso que uno siente cuando recorre un sendero en el bosque. Son muchas las imágenes de lugares espectaculares que tenemos en Bolivia y que he tenido la gran bendición de conocer. Solo espero que podamos seguir gozando de ellas y que nuestras próximas generaciones también lo hagan.

– ¿Cuál ha sido el gran vuelo de tu vida?

– Probablemente uno que realicé cuando era piloto nuevo. Tuve que ir a recoger a un grupo de consultores y al director del Parque Nacional Noel Kempff, quienes estaban esperando en un lugar que era una hacienda llamada Flor de Oro. En ese tiempo no había el GPS y había cierto riesgo de perderse, pero con unas instrucciones claras pude llegar al lugar y conocerlo. Eventualmente, al llegar, le dije al dueño de la propiedad.: —Tiene un lugar muy hermoso. — ¿Le gusta?, me respondió. Se lo vendo, me dijo, en chiste. Le seguí el chiste y le pregunté — Se lo compro, ¿En cuánto? Me dijo el precio y le dije que se lo iba a comprar…

No tenía ni idea que en ese vuelvo iba a viajar con expertos en conservación. Me hablaron de cómo hacer esta transición, de un grupo de amigos, a una Fundación. Nos reunimos con ellos y nos compartieron sus conocimientos. Dos años después la FAN (Fundación Amigos de la Naturaleza) estaba creada y yo con otros colegas en EEUU habíamos recaudado los fondos para comprar Flor de Oro, que tenía 10.000 hectáreas. La convertimos de estancia a un centro de protección, investigación y ecoturismo.

A la vuela de ese viaje, después de hacer un sobrevuelo por la meseta donde había muerto Noel Kempff, como no había radio ayuda ni pronósticos meteorológicos, nos encontramos con un frente frio a la altura de San Ramón. El panorama que tenía por delante realmente me asustó, era una pared negra de cumulonimbos (nubes de tormenta), con lluvias y rayos. Sin combustible suficiente para volver a Concepción, tuve que pasar volando muy bajo entre la maraña de tormentas. Después de media hora, salimos al otro lado con un enorme alivio. Reconocí que había aprendido una gran lección de nunca más entrar a este tipo de tormentas. Yo había estudiado este fenómeno, pero no lo experimentado. El viaje fue completo: Dio origen a la FAN, a la compra de Flor de Oro, posteriormente a la administración del Parque Noel Kempff por 10 años, y una gran enseñanza.

– ¿Se puede recuperar Flor de Oro?

– Difícilmente, porque ya es parte del Parque Nacional Noel Kempff y el gobierno nacional no admite ninguna intromisión ni ayuda. Lo intenté varias veces. El gobierno ha prohibido el ingreso de visitantes al parque sin ninguna razón, nos ha limitado a la población a gozar de esa maravilla natural, ha permitido la pérdida de cientos de miles de dólares en infraestructura, por negligencia, lo que se ha perdido se ha perdido. Habría que rehacer esas construcciones que se han derrumbado.

Los científicos no pueden entrar, tampoco se lo permiten. No entendemos la lógica prepotente del gobierno, que no permite dialogo, visitas ni reuniones. Tiene las botas muy largas y muy pesadas, una pésima actitud. Es una cuestión de actitud y prepotencia. Es lo menos que se puede decir.

– ¿Cuál es la foto que te gustaría tomar y los vuelos que te gustaría hacer?

– Uno siempre quisiera volver a esos lugares que tanto le han inspirado. Mi sueño es que esos lugares puedan ser abiertos para visitarlos nuevamente, que vaya gente común, de la ciudad, jóvenes, que necesitan conocer esta joya de la naturaleza. Hoy en día tenemos mejores cámaras fotográfica y me gustaría probarlas en esos ambientes. La fotografía es un arte y no tiene límites. Quisiera volver a eso lugares y gozarlos con muchos otros amigos y gente. Que Bolivia sea conocida por las cosas buenas que tiene y no por las cosas malas que se hacen.

La entrevista ha llegado a su fin. Le pido a Hermes que me firme su libro que ahora tengo en las manos. Se lo alcanzo. Lo apoya en el escritorio, al lado del teléfono analógico que ha sonado una sola vez y que ahora está callado como un objeto de otro tiempo.

Para Roberto, Karina y Andrés, con enorme aprecio. Hermes. Abril 2021.

Caminamos hacia la puerta de salida, despacio, como una despedida lenta de los olores a maracuyá, a libros y a guayabas, a chirimoyas y a rayos del sol que caen como golosinas por las rendijas de las ramas de los árboles de la casa-bosquecito de Hermes.

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Escondido como un tesoro, se encuentra en el sur de Bolivia, a solo 60 km de la ciudad de Tarija y comparte territorio con Chuquisaca. Tiene una profundidad de 3.030 metros, es tierra de jucumaris y nido de cóndores que sobrevuelan en un cielo enorme.

La deforestación ilegal del bosque ha pisado el acelerador en el departamento de Santa Cruz. El avasallamiento de colonos y avance de la gran industria están en su auge y la declaratoria de áreas protegidas se rompe en mil pedazos cada día.

Raúl Domínguez

REVISTA NÓMADAS

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