Loader

ESPECIALES

La laguna, casi seca, custodiada por la zona urbana de San Ignacio de Velasco.

Foto: Clovis de la Jaille

La deforestación seca la cuenca del Guapomó y más de 30.000 personas se quedan sin agua

En los últimos cuatro años, 181 hectáreas del espejo de agua han desaparecido de la represa de San Ignacio de Velasco. Los afluentes de la cuenca también se han secado mientras la tala destruye los bosques para expandir la frontera agrícola y ganadera.

roberto-navia

Roberto Navia

Periodista

clovis-de-la-jaille

Clovis de la Jaille

Fotógrafo

27 de diciembre de 2021

El ser humano no solo destruye su casa, sino, también sus fuentes de agua. Y lo peor es que le hinca los dientes a un lugar común, ocasionando daño a terceras personas y a una biodiversidad que ahora paga los pecados de acciones ajenas que ya están cobrando enormes facturas.  Lo que está pasando en la cuenca del Guapomó es el mejor ejemplo de tales afirmaciones.  Así lo aseguran dirigentes indígenas del municipio de San Ignacio de Velasco y un estudio realizado por la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano (FCBC).

La represa, que el 2018 tenía un espejo de agua de 181 hectáreas, el 2019 pasó a tener 176, el 2020 descendió a 99 y el 2021 a 40 hectáreas: Un descenso en picada: 141 hectáreas de agua han desaparecido.

La cuenca del Guapomó se encuentra dentro del Bosque Seco Chiquitano del departamento de Santa Cruz. Sus aguas —lo que queda de ellas— desembocan en la represa de San Ignacio de Velasco y tiene una extensión de 29.921 hectáreas, o su equivalente a 299,21 kilómetros cuadrados, una extensión que es casi tres veces del tamaño de la ciudad española de Barcelona.

En ese ecosistema donde convivían en armonía una biodiversidad única en el mundo, bajo la protección ancestral de pueblos indígenas originarios, la vida está siendo destruida constantemente. Los estudios de la FCBC muestran ese panorama hostil: los cuerpos de agua de toda la cuenca han descendido notoriamente: de las 63,5 hectáreas de ríos y arroyos que fluían el 2018 por toda la cuenca, durante el 2021 descendió a 10,2 hectáreas. Eso quiere decir que 53,3 hectáreas se han secado, ya no están, se han convertido en tierra seca y partida.

Con ello se viene un efecto en cadena. Sufren las comunidades indígenas chiquitanas que viven en toda la cuenca, pero también las zonas urbanas como San Ignacio de Velasco que durante años venía calmando su sed de la represa que construyó en las faldas de la cálida población.

La represa, que el 2018 tenía un espejo de agua de 181 hectáreas, el 2019 pasó a tener 176, el 2020 descendió a 99 y el 2021 a 40 hectáreas: Un descenso en picada: 141 hectáreas de agua han desaparecido. Apenas queda un cuarto del líquido elemento que ya no puede garantizar que los más de 30.000 habitantes de la zona urbana de San Ignacio tengan para beber.

Más deforestación y menos espejos de agua.

El estudio de la FCBC también dice que la sequía en la represa de San Ignacio de Velasco es proporcional a la deforestación que viene ocurriendo en la mismísima cuenca del Guapomó: las cifras así lo revelan: El 2010 la deforestación alcanzaba las 7.488 hectáreas, el 2018 subió a 10.227 hectáreas y el 2019 la mancha de la tala indiscriminada creció a 14.314 hectáreas.

No queda duda —coinciden varias fuentes— que la sequía de la cuenca del Guapomó y de la represa de San Ignacio, tiene su origen principal en la deforestación por parte de hacendados agroindustriales que le dan rienda al avance de la frontera, en desmedro de la vida de quienes habitan toda la región.

Fernando Rojas, presidente de la Asociación de Cabildos, que representa a 120 comunidades originarias de San Ignacio de Velasco dice saber los motivos por los que la cuenca está prácticamente seca: “Las causas son las siguientes: los ganaderos han cerrado los cauces de agua que desembocan en la represa y la deforestación de las servidumbres ecológicas sobre los afluentes”.

Sostiene que los daños son enormes porque la represa da de beber a por lo menos 30.000 personas y que ahora, al no tener agua, hay cortes del servicio y muchas comunidades indígenas tampoco cuentan con el líquido elemento.

El cacique vive a dos kilómetros de San Ignacio de Velasco, en una comunidad que llama San Rafaelito de Sutuniquiña, donde también padecen de cortes de agua durante varias horas del día.

El ingeniero Forestal José Tarima, lamenta que en los últimos 10 años dentro de la cuenca del Guapomó se estén sufriendo grandes deforestaciones, cuando es de conocimiento general que el uso de ese suelo no es apto para agricultura.

“No nos explicamos por qué la ABT ha estado dando autorización de desmontes para fines agrícolas. Hay grandes propiedades que están siendo compradas por gente extranjera. También gran parte de los interculturales entran en este juego, saben que pueden alquilar las tierras a los menonas, argentinos, a brasileros que después se hacen dueños mientras destruyen los bosques”, dice Tarima, para quien la fórmula que causa esta sequía es clara: “Menos bosques, menos lluvias”.

A la deforestación se suma otro drama: la poca lluvia que cae está siendo retenida en represas, diques y atajados que construyeron los mismos agricultores y ganaderos. Es decir —lo ha dicho José Tarima— los mismos que deforestan son los que después se adueñan del agua que cae de la lluvia.

A la deforestación se suma otro drama: la poca lluvia que cae está siendo retenida en represas, diques y atajados que construyeron los mismos agricultores y ganaderos.

“Este problema de que almacenan el agua en propiedades privadas, no solo afecta a la población de San Ignacio, sino también a las comunidades indígenas. En la Chiquitania no es garantía perforar pozos artesianos, porque se secan en poco tiempo. Los indígenas, históricamente utilizaron atajados a los que los alimentaban con agua de lluvia. Por eso, muchas se asentaron en lugares cercanos a afluentes hídricos. Además, la vida silvestre también sufre ante esta situación y muchas especies de plantas que se desarrollaban en lechos húmedos, se perderán para siempre”, lamentó Tarima.

Oswaldo Maillard, responsable del Observatorio del Bosque Seco Chiquitano de la FCBC, viene escuchando en las comunidades de la chiquitania, las mismas historias: ¡Se nos acabó el agua! ¡tuvimos que irnos a otro lugar! Para él, son desgarradores los testimonios de personas humildes que viven en zonas rurales y sentirse impotentes, en sitios donde la presencia del Estado no llega. Puede faltar todo, pero el agua es vital.

“Desde el año 2019, el Observatorio del Bosque Seco Chiquitano de la FCBC, ha monitoreado los efectos de la sequía meteorológica que ha afectado la región de la chiquitania. Sus efectos han sido muy severos y en combinación con la acción humana, han desencadenado una serie de incendios de magnitud en la región. Pero los efectos de la sequía también han repercutido en las fuentes de agua, que, sumado a los cambios en la cobertura natural del suelo, han provocado una reducción de sitios importantes para las poblaciones locales y este es el caso de la represa Guapomó del municipio de San Ignacio”, lamenta Maillard.

Sufren las comunidades indígenas chiquitanas que viven en toda la cuenca, pero también las zonas urbanas como San Ignacio de Velasco que durante años venía calmando su sed de la represa que construyó en las faldas de la cálida población.

Esta represa —explica—tiene su origen en el agua de lluvia que se escurre por la cabecera de la cuenca, que tiene una superficie de 29.921 hectáreas. En el año 2018 está represa tenía una superficie de 181 hectáreas, y se ha ido reduciendo considerablemente hasta llegar a las 40 hectáreas en el 2021.

“Solo para tener una idea de lo que pasó cuenca arriba; para el año 2010 la deforestación creció de 7.488 hectáreas a 14.314 hectáreas en el 2019, en sitios donde la cobertura boscosa es necesaria para regular el flujo del agua especialmente en sitios donde se encuentra ubicada la red hídrica. Y es que los bosques facilitan la infiltración y, al reducir los sólidos en suspensión en las aguas superficiales, previenen la sedimentación y colmatación de reservorios de agua”, detalló Oswaldo Maillard.

En lo que queda de la represa de San Ignacio de Velasco hay dos letreros que ahora son pura nostalgia. Uno de ellos dice: El agua es vida, cuidemos nuestra represa. El otro, es más exigente: Cuidemos nuestra represa. No botar basura. No bañar animales. No lavar vehículos.

Es pequeño el espejo de agua que ahora tiene la represa: Apenas 40 hectáreas de las 181 que tenía el 2018. La parte seca está cubierta por yerba brava que crece con algunas lluvias y los vecinos de San Ignacio suelen ir a pasear a la zona donde hay banquetas, mesas y parrillas para hacer churrasco. Desde ahí contemplan lo que queda de la laguna. Un vecino que estaba cerca de uno de los letreros, lamenta que no hubiera otro que diga: No deforestar. Los árboles son los que generan las lluvias. “Aquí todo mundo sabe que han deforestado en la cuenca del Guapomó, que era la que abastecía esta represa”, dice, y se aleja pisando la tierra seca que antes estaba cubierta de agua.

Un viaje en dron revela la magnitud de la sequía de la represa de San Ignacio de Velasco.

Video: Revista Nómadas

La presente publicación ha sido elaborada por la Revista Nómadas en coordinación con la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano, con el apoyo financiero de la Unión Europea. Su contenido es responsabilidad exclusiva de los autores, y no necesariamente refleja los puntos de vista de la Unión Europea.

MÁS SOBRE EL BOSQUE SECO CHIQUITANO

La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), reunida en el Congreso Mundial de Marsella, ha emitido una resolución para pedir a los gobiernos del mundo —entre ellos al de Bolivia— priorizar la protección de los Bosques Secos Tropicales de Sudamérica, entre los que se encuentra el Bosque Seco Chiquitano, golpeado por la deforestación, los avasallamientos, los incendios, la contaminación minera, los hornos productores de leña y la pérdida de biodiversidad.

Esta es una entrevista para conocer la majestuosidad del Bosque Seco Chiquitano, para llorar agarrado de la esperanza, para amar este pedazo de planeta y para sumar voces y fuerzas en una defensa que no espera muchos mañanas.

El valle tiene una extensión de 262.000 hectáreas y a pesar de que la deforestación ya se ha metido dentro del área protegida, es capaz de depurar los tóxicos que producen en las urbes.

Un horno engulle los troncos de una hectárea deforestada. Varios de ellos están en las comunidades de los interculturales y en el Área Protegida y Reserva Municipal de San Rafael.

REVISTA NÓMADAS

UN LUGAR ÚNICO EN ESTE MUNDO, PARA HISTORIAS ÚNICAS

Te contamos desde el interior de los escenarios de la realidad, iluminados por el faro de la agenda propia, el texto bien labrado y la riqueza poética del audiovisual y de la narrativa sonora, combinaciones perfectas para sentir el corazón del medioambiente y de los anónimos del Planeta.

nomadas-collage