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Carmen Correa, muestra las pinturas rupestre existentes cerca de Quitunuquina.

Foto: Clovis de la Jaille

Viaje en el tiempo a través de las pinturas rupestres de Quitunuquiña y otras esquinas de la Chiquitania

Un incendio forestal no puede dejar nada bueno, pero sí las acciones de los bomberos de una comunidad que, en plena acción contra las llamas, descubrieron la existencia de pinturas rupestres en una roca que estaba siendo alcanzada por el fuego.

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Roberto Navia

Periodista

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Clovis de la Jaille

Fotógrafo

3 de enero de 2022

Carmen Correa camina con agilidad y equilibro de trapecista por las pendientes de Quitunuquiña, que se encuentra en el municipio de Roboré del departamento de Santa Cruz y del que ella es su presidenta. Su objetivo es llegar hasta las pinturas rupestres que los hombres de la comunidad descubrieron por accidente el 2019 cuando intentaban apagar el incendio forestal que consumió más de cinco millones y medio de hectáreas en todo el país.

Ahora, Carmen Correa ha llegado hasta una vertiente con aguas diáfanas y cristalinas. Bebe con sus manos y se moja la cabeza. Ha recuperado fuerza para el último tramo hacia donde anidan las pinturas que ella dice tienen formas de tantas cosas.

Quituniquiña, también fue uno de los escenarios afectados por las llamas de aquello que los científicos llamaron el incendio de sexta generación: caótico, imprevisible, capaz de modificar las condiciones meteorológicas y de crear remolinos y tormentas de fuego.

No es que sirva de consuelo —dice Carmen Correa— pero lo único bueno que ha dejado el fuego ha sido el descubrimiento de esa riqueza histórica. Siente orgullo de habitar la tierra de antepasados de la humanidad.

Camina a pasos largos. Calza unas sandalias de goma. Cuando esté bajando de la cumbre, la del pie izquierdo se romperá y no le quedará otra que caminar a pie. Pero dirá que está acostumbrada, que conviven en armonía con la naturaleza a tal punto que saben esquivar a las espinas sin ninguna dificultad.

Ahora, Carmen Correa ha llegado hasta una vertiente con aguas diáfanas y cristalinas. Bebe con sus manos y se moja la cabeza. Ha recuperado fuerza para el último tramo hacia donde anidan las pinturas que ella dice tienen formas de tantas cosas.

En un momento queda desconcertada. Busca con su mirada alguna forma de encontrar el horizonte.

Pinturas rupestre encontradas en las rocas del municipio de Roboré.

—No me he perdido, solo necesito orientarme— dice con una voz que no ha perdido el alimento.

Aquí, en este lugar que para ella es como un templo, se olvida por unos momentos lo duro que a veces la pasan en Quitunuquiña. Se olvida, por ejemplo, que la bomba de agua está arruinada y que tuvieron que buscar otra alternativa para que la comunidad no sufra de sed.

De verdad que no está extraviada. Ha dado con la puerta del tiempo. Es un caminito apretado entre dos rocas el que lleva hacia las paredes de una de piedra donde está la memoria viva de un grupo humano que a través de gráficos contó historias que el mundo busca descifrar.

—Aquí es— dice.

Queda la música del bosque.

Los silencios de las pinturas rupestres hablan empujadas por la fuerza de las imágenes: hombres de pie, con algo en la mano: quizá una lanza, quizá un bastón de mando con el que guiaba a toda una comunidad; animales que se asemejan a cuerpos de animales de gran envergadura.

—Parecen rinocerontes… —dice Carmen.

Tiene 46 años. Le parece ayer cuando sus abuelos le contaban cuentos en las noches. Recuerda que algunos justo tenían que ver con animales grandes que convivían con personas que, para evitar caer presa, se refugiaban en cuevas que se parecen a ese lugar donde ahora ella puede disfrutar de las pinturas cada vez que siente el deseo.

Carmen Correa las contempla concentrada, como si estuviera frente a una gran pantalla de cine, como si no hubiera nada más importante en este mundo.

Una pared única con grabados geométricos, cerca de Chochís. Foto Anke Drawert.

Aquí, en este lugar que para ella es como un templo, se olvida por unos momentos lo duro que a veces la pasan en Quitunuquiña. Se olvida, por ejemplo, que la bomba de agua está arruinada y que tuvieron que buscar otra alternativa para que la comunidad no sufra de sed.

La Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano (FCBC), expresa que los bosques de la Chiquitania ofrecen paisajes imponentes, donde cada año los cambios entre las épocas secas y lluviosas ofrecen un espectáculo a la vista cuando los colores de la vegetación varían desde los más ocres y cafés cuando los árboles han perdido sus hojas, hasta las salpicaduras de rosados, naranjas, amarillos, blancos y verdes una vez que caen las primeras lluvias.

Para la FCBC, los colores son también formas de expresión utilizadas en el arte rupestre que se encuentra en la región, pinturas a las cuales se les calcula cientos, hasta miles de años de antigüedad.

“Las civilizaciones que habitaron este territorio e hicieron uso de los recursos naturales desde tiempos ancestrales, utilizaron también pigmentos obtenidos de su entorno para plasmar el registro de su paso por aquí.

Los colores que más se pueden encontrar en las pinturas rupestres de los bosques chiquitanos son, el rojo, proveniente en gran parte de los suelos ricos en hierro de la región, el amarillo, el blanco y el azul. Algunos de estos pigmentos son de origen mineral, y otros de origen orgánico, como el azul, extraído del añil de procedencia vegetal, o la sangre de procedencia animal. Es así, en distintos tonos y gamas de colores que se aprecia la vida y su historia, tanto del color que se ve como, del color que se la pinta”, explica la institución.

La FCBC se pregunta: ¿De qué hablaban estos personajes hace cientos de años atrás?

También recuerda que actualmente se sabe que, a lo largo de la historia, las distintas culturas humanas han desarrollado rituales para numerosos eventos de la vida, para celebrar la vida, para profundizar la fe, para sellar compromisos, para consolidar etapas y muchos otros más. Considerando que, en la mayoría de las pinturas que se encuentran en la zona Chiquitana se encuentran también elementos provenientes de la naturaleza, como por ejemplo el panacú, una canasta hecha de fibra vegetal utilizada para recolectar.

“¿Por qué no pensar que estas ceremonias tenían que ver con actos de agradecimiento hacia el entorno?”, lanza una nueva pregunta.

Carmen Correa ha visto a personas llegar hasta las pinturas rupestres de Quitunuquiña. Está contenta porque se está investigando detalles de ese pedazo de herencia de la humanidad. Cree que será un buen impulso para que el turismo comunitario despegue y se convierta en una esperanza para generar recursos económicos amigables con la naturaleza.

En el país existe la Sociedad de Investigación de Arte Rupestre en Bolivia (SIARB) que está investigando y estudiando algunos sitios en diferentes lugares del territorio nacional.

Anke Drawert y Annemie Van Dyck documentan algunos de los por lo menos 70 sitios de artes rupestre en el municipio de Roboré. Ambas mujeres que dedican su vida a la protección del medioambiente, visitaron, exploraron y documentaron con fotografías tres veces este año la región.

Anke Drawert y Annemie Van Dyck documentan algunos de los por lo menos 70 sitios de artes rupestre en el municipio de Roboré. Ambas mujeres que dedican su vida a la protección del medioambiente, visitaron, exploraron y documentaron con fotografías tres veces este año la región. Por sus contactos con la SIARB y sus documentaciones, fueron nombradas miembros de honor de dicha institución.

Anke es alemana y vive en Santa Rosa del Sara, cuidando los bosques no solo de esa zona, sino, preocupada por lo que ocurre en el país. Annemie llegó de Bélgica en el año 1977. Tiempo después se fue, pero volvió a Bolivia tras unos meses. Cómo enfermera ha trabajado en varios lugares en el país, hasta llegar a jubilarse. Se quedó en el corazón de América del Sur porque les nació amor por su gente y su naturaleza. Su cariño por los artes rupestres la tiene «bien» atrapada. Cada vez que puede, viaja al campo con Anke, su amiga inseparable de aventuras, buscando las raíces de la cultura indígena. En esas andanzas sin límites, caminan horas y horas.

“Ni los mosquitos ni las víboras ni otros inconvenientes nos asustan”, dice y agrega: Cada vez que nos encontramos frente a una pintura rupestre, nos alegramos como niñas y brillan nuestros ojos al observar ese vestigio que pintaron los ancestros hace miles de años”.

Una vivienda de Quitunuquiña.

La presente publicación ha sido elaborada por la Revista Nómadas en coordinación con la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano, con el apoyo financiero de la Unión Europea. Su contenido es responsabilidad exclusiva de los autores, y no necesariamente refleja los puntos de vista de la Unión Europea.

MÁS SOBRE EL BOSQUE SECO CHIQUITANO

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